Hace años corría el rumor de que un mago todopoderoso habitaba en algún rincón de la Costa del Sol malagueña. A diario, las lenguas de doble filo contaban también que los sortilegios de aquel hechicero o aprendiz de brujo hacían bailar a los números y a las fórmulas matemáticas hasta que su barita de cedro lanzaba un poderoso y brillante haz de luz fulgurante que se colaba por el cráneo de sus discípulos con la intención de activar sus aletargadas neuronas. Fíjense si era conocida la existencia de aquel mago, hechicero o aprendiz de brujo, que incluso un hombre que sobrevolaba los cielos en un pájaro metálico de extensas alas y robustas patas rodadas llegó a pedirle una vez que le ayudara a promocionar en su empresa de altos…, muy altos vuelos. Y lo logró. ¡Claro que sí! Y también consiguió inflar de ceros su ya de por sí abrumadora cuenta corriente. Y, al mago, hechicero o aprendiz de brujo, como quieran llamarlo, le obligó a reducir el número de aves metálicas con las que p
Web del escritor José Antonio Moreno